De la realidad de las cárceles se conoce muy poco, muchas personas sólo tienen una percepción de lo que se muestra en la televisión. La visión es errónea si la comparamos con las prisiones españolas. Pero de los funcionarios de las prisiones, conocemos aún menos y de su situación laboral seguro que nada.
Estudios realizados por ACAIP, Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias, muestran que el número de presos de las cárceles españolas en los últimos años se ha multiplicado por 10 frente a las incorporaciones de funcionarios. Trabajar con una masificación de presos que supera en 19.518 las plazas las que existen en las cárceles, supone una carga excesiva de trabajo a la que se le debe buscar una solución urgente, al igual que pasa con el problema del sistema sanitario público… por una oreja me entra, por la otra… ni sale.
El día a día de los trabajadores en los centros penitenciarios provoca un importante desgaste. Por un lado, el deterioro físico que se acumula con los años, ya que el sistema de turnos y condiciones de trabajo son muy duras. Por otro, el desgaste psicológico de los funcionarios, cuyo trabajo se basa en las relaciones humanas con la población retenida en un recinto cerrado que genera tensiones continuamente.
El 60% de los trabajadores sufren stress y fatiga mental, el 42% angustia, ansiedad y alteraciones del sueño, el 25% tiene miedo a enfrentarse al trabajo, el 37% reconoce que el trabajo perjudica sus relaciones sociofamiliares como se recoge en el estudio “Informe de Condiciones de Trabajo en los Centros Penitenciarios y propuesta de actuación”.
Estos trastornos psíquicos de los funcionarios han ido a parar al síndrome del trabajador quemado o “burn out”. Procede de un estado de estrés permanente transformado en algo crónico, debido a la responsabilidad con la que los funcionarios se enfrentan a su puesto de trabajo. Este síndrome es común en las personas que imponen los intereses profesionales sobre los personales, para ellos lo más importante es el trabajo. Entregarse demasiado al trabajo es tan perjudicial como no hacerlo. Llevarse los problemas del trabajo a casa, no disfrutar del tiempo de ocio… son características usuales de los trabajadores que tienen en su labor tratar con personas y tienen alguna responsabilidad sobre éstas.
Reeducar a una persona y conducirla por “el buen camino”, si es que existe, es la labor de estos trabajadores. La mayoría de los presos proceden de los grupos conflictivos de la sociedad y “eso” de la reeducación es tarea difícil. Para empezar hay que creer en ella y en los medios para conseguirla, también hay que tener en cuenta que depende de cada caso, algunas veces será posible y otras no. Pero se tendrá que luchar por aquellos casos en que se puede conseguir.
Estudios realizados por ACAIP, Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias, muestran que el número de presos de las cárceles españolas en los últimos años se ha multiplicado por 10 frente a las incorporaciones de funcionarios. Trabajar con una masificación de presos que supera en 19.518 las plazas las que existen en las cárceles, supone una carga excesiva de trabajo a la que se le debe buscar una solución urgente, al igual que pasa con el problema del sistema sanitario público… por una oreja me entra, por la otra… ni sale.
El día a día de los trabajadores en los centros penitenciarios provoca un importante desgaste. Por un lado, el deterioro físico que se acumula con los años, ya que el sistema de turnos y condiciones de trabajo son muy duras. Por otro, el desgaste psicológico de los funcionarios, cuyo trabajo se basa en las relaciones humanas con la población retenida en un recinto cerrado que genera tensiones continuamente.
El 60% de los trabajadores sufren stress y fatiga mental, el 42% angustia, ansiedad y alteraciones del sueño, el 25% tiene miedo a enfrentarse al trabajo, el 37% reconoce que el trabajo perjudica sus relaciones sociofamiliares como se recoge en el estudio “Informe de Condiciones de Trabajo en los Centros Penitenciarios y propuesta de actuación”.
Estos trastornos psíquicos de los funcionarios han ido a parar al síndrome del trabajador quemado o “burn out”. Procede de un estado de estrés permanente transformado en algo crónico, debido a la responsabilidad con la que los funcionarios se enfrentan a su puesto de trabajo. Este síndrome es común en las personas que imponen los intereses profesionales sobre los personales, para ellos lo más importante es el trabajo. Entregarse demasiado al trabajo es tan perjudicial como no hacerlo. Llevarse los problemas del trabajo a casa, no disfrutar del tiempo de ocio… son características usuales de los trabajadores que tienen en su labor tratar con personas y tienen alguna responsabilidad sobre éstas.
Reeducar a una persona y conducirla por “el buen camino”, si es que existe, es la labor de estos trabajadores. La mayoría de los presos proceden de los grupos conflictivos de la sociedad y “eso” de la reeducación es tarea difícil. Para empezar hay que creer en ella y en los medios para conseguirla, también hay que tener en cuenta que depende de cada caso, algunas veces será posible y otras no. Pero se tendrá que luchar por aquellos casos en que se puede conseguir.
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